
Hay dos momentos en la poesía de Uribe, uno tradicional y medieval, el otro, moderno y de reinvención del "yo". Hay otros, claro, sin edad, como la ironía y el sarcasmo, la ternura, el amor, Dios. Todos se dan en su excelente último libro, De Muerte (Universitaria, 2004).
En esta poesía la muerte es una constante. No la muerte como horizonte, no la temporalidad como fenómeno constitutivo de la experiencia e inseparable de ella, sino la muerte como destino del cuerpo, como putrefacción. Desde la realidad indesmentible de la fosa que espera con su bocaza abierta, cualquier paso es un paso hacia ella. Por ejemplo, en "A peor vida" el poeta se dirige a una joven "que camina con ufana / pierna y angosto pie" para decirle:
"¿Su corazón jugoso juega y gana?
¿Ese camino breve se le allana?
Grave error. Va a morir. A morir vienes".
Otros versos del mismo libro:
"...gobierno de gusanos estaré putrefacto.
Por ahora es de teatro una pieza en un acto."
Las rimas, según Uribe, desatan el inconsciente. En "De muerte" reaparece la misma advertencia y tema:
"Tú que las uvas chupas, lames
y tragas, ten piedad del esqueleto con sus bubas".
O este otro poema terrible, feroz:
"Buscar en el cajón los documentos
de amor, sin encontrarlos. Cientos
de cartas y otros juramentos
incumplidos y no leídos.
Nada hay ahí. Pero metidos
En los rincones de la huesa, huesos".
En otro, de "Las Críticas de Chile" no menos feroz, los muertos caminan
"golpeándose los huesos de las tibias
con palos erizados de pedazos de vidrio.
¿Y qué hacen los suicidas?
Más solos y más otros
Que nadie tragan mostos
De sangre que deambulan y con ambas no manos
Se arrancan la mandíbula".
Es una escena de inaudita violencia. Es el momento de la muerte medieval y macabra que la poesía de Uribe recupera, recicla y nos pone por delante.El otro momento, es el de la creación reiterada de un yo fluido, fracturado que no impone una consistencia fija y se desdobla y duda acerca de quién es y se escudriña y redefine una y otra vez:
"Probar que es uno quien va por la calle,
por la vereda en el escaparate
que lo refleja en el espejo
de sus vidrios si hay sol: su talle,
su rostro; para lo cual párate
como a mirar mercaderías, viejo".
El hablante va por la calle y se busca. El vidrio de una tienda le presta un rostro, el de un viejo.
Es el momento del autorretrato de los que hay muchísimos sembrados por toda su obra y en los que el poeta se ve como "un simulacro", como fachada que él construye. Pero ojo: esta virtualidad no se vive como liberación gozosa, sino que con angustia y tribulación. Es el hombre sin atributos o propiedades permanentes, como Ulrich, el inolvidable personaje de Musil, desprendido de las cadenas de la tradición, pero forzado siempre a decidir y a definirse para poder ser algo.
El denuesto de la hipocresía en sus distintas formas -política, social, moralista- es otra constante en la poesía de Uribe. Aquí, con furias, burlas y sátiras que recuerdan a Quevedo, saca sus dagas más afiladas. Este poema, como los versos con que termino, está en "Las Críticas de Chile".
"Pellejos de testículos en la cara
cayendo en pliegues de mejillas
tiemblan mientras conversa el benémerito
con el agente al que le sobran
nalgas floridas de entre los cachetes
de su borroso rostro de rastrero".
Y de repente, otro ánimo, un instante de intimidad y confidencia que pasa como un soplo, nos abre al silencio:
"Se multiplican los peldaños
mientras nosotros, achicándonos
no logramos subir del uno al otro".
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