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Carlos Peña sobre Yoani Sánchez

Esta semana Yoani Sánchez -nació en los setenta, cuando la moda en Cuba era bautizar a los recién nacidos con nombres que imitaran a los soviéticos como Yuri- siguió haciendo esfuerzos para que se le permitiera viajar a Chile, al Congreso de la Lengua.

Ella tiene un blog -Generación Y- en el que registra las vicisitudes de la vida en la isla, la frustración y las alegrías de millones de cubanos como ella que viven más o menos abrigados por un régimen que les evita las privaciones más obvias -les permite comer, instruirse, atenderse en un hospital- pero que a cambio los obliga a enmudecer o a morderse la lengua cada vez que asoma en ellos el deseo de emitir una opinión crítica respecto de quienes están en el poder.

Ni siquiera las manifestaciones más dolorosas -si son críticas al régimen- se admiten: esta misma semana Yoani asistió a dar las condolencias por un preso de conciencia que se dejó morir de hambre, Orlando Zapata.
Eso bastó para que fuera detenida por algunas horas.
Los chilenos -especialmente la izquierda y para qué decir los periodistas que escribieron en Chile durante la dictadura- saben de sobra cómo es vivir mordiéndose la lengua, revisando una y otra vez las crónicas o los artículos para no molestar al censor o asistir a un funeral con el alma en un hilo, temiendo ser fotografiado, filmado o registrado por los guardias de la hora.
Y por eso es inaceptable -esto vale para los partidos de izquierda chilenos, todavía tibios- hacer la vista gorda frente a lo que ocurre en Cuba.

Es que no hay explicación que valga para violar los derechos civiles de la gente. Esgrimir el bloqueo o cualquier otro pretexto para morigerar las críticas a Cuba (como lo hace parte de la izquierda) es igual a aceptar (como lo pretende parte de la derecha) que las causas del golpe de 1973 pudieran atenuar las desapariciones y la tortura que le siguieron.
Que una persona adulta, Yoani o cualquier otra, deba pedir permiso para salir de su país -o entrar a él como ocurrió entre nosotros durante la dictadura- carece de toda justificación. El derecho de ir de un lugar a otro -la vieja libertad de locomoción- es una de las formas más básicas de soberanía sobre nuestro cuerpo y es la expresión más elemental de la autonomía y de la libertad. Y el derecho de opinar lo que a uno le plazca respecto de quienes ejercen el poder, es otro de esos derechos sin los cuales la dignidad de los seres humanos se hace humo.

Por eso Yoani Sánchez -quien no abdica su dignidad y por eso escribe día tras día, sube videos a su blog y reclama- tiene todo el derecho a asistir al Congreso de la Lengua que se celebrará en Chile esta semana y erigirse en uno de sus símbolos.

Después de todo, la lengua -ese puñado de signos que, cuando se los combina, permiten decir infinitas cosas- es sobretodo un instrumento para vengarse de la realidad e insubordinarse frente a los hechos. Mediante la lengua los seres humanos fabulan y se toman revancha de una realidad que casi siempre está por debajo de nuestros sueños y nuestros anhelos, ironizan acerca de quienes andan por la vida con la verdad en los ojos, se burlan de los que ejercen el poder e imaginan cómo sería la realidad si, en vez de ser como es, fuera como ellos son capaces de soñarla.

Yoani Sánchez, con su notebook , alimentando su blog, subiendo videos a Youtube, y reclamando una y otra vez por los abusos, es un homenaje mejor que cualquier otro a la lengua española.

A fin de cuentas, el misterio de la lengua no se hizo para disfrute de los gramáticos o el placer de los filólogos (a pesar que Yoani Sánchez lo es) sino para que las personas comunes y corrientes, demasiado ahogadas por el peso de la realidad y de los hechos, pudieran ironizar, imaginar cómo cambiarlos y tomarse al menos un respiro cuando el poder del estado, del partido o del dinero no parece dejar espacio para ninguna otra cosa.

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