El caso Karadima tiene muchos ribetes. El que por ahora acaba de concluir -puesto que los abogados del cura preparan la apelación- es sólo una parte. Se encuentra desde luego la increíble lenidad que la Iglesia chilena -y en especial el cardenal Errázuriz- mostraron en todo este asunto. Una institución como la Iglesia, que aspira a conducir la vida de las personas y que en ese afán modela o intenta modelar el alma de los niños y los jóvenes, tiene la obligación de ser más inquisitiva y alerta con la conducta de sus miembros. Y Errázuriz no lo fue: su agilidad estuvo por debajo de la de un paquidermo. A lo anterior se suma el papel de las autoridades políticas y de los jueces. Un estado aconfesional tiene el deber de permitir la práctica pública y privada de todos los credos; pero tiene el deber de cuidar que, a la hora del culto, no se transgredan los derechos de las personas. Desgraciadamente, las autoridades públicas en Chile -confundiendo sus propias convicciones con aquellas ...