En
medio de los debates por la reforma educativa -cargados de argumentos ad hominem y descalificaciones por conflictos de interés que de
aceptarse dejarían como únicos interlocutores públicos a legos y taxistas- vuelvo
una y otra vez a esta carta de Proudhon a Marx, tanto por algunas de sus frases
como por el profético tono antidogmático que el filósofo francés logra imprimir a sus
líneas. Creo que hace falta más Proudhon y menos Marx. Lihn dijo algo que lo leo en la misma ruta: "no
estaría de más bajar un poco el tono / sin adoptar por ello un silencio monolítico / ni decidirse por la murmuración. / Es un pez o algo así lo que esperamos pescar, / algo de vida, rápido, que se confunde con la sombra /
y no la sombra misma ni el Leviatán entero."
"Lyon, 17 de mayo de 1846.
Al
señor Marx
Mi
querido Sr. Marx: consiento con gusto en convertirme en uno de los radios de su
correspondencia, cuyo fin y organización me parece que deben ser muy útiles. No
obstante, no le prometo escribirle mucho ni con frecuencia; ocupaciones de toda
índole, junto a una pereza natural, no me permiten esos esfuerzos epistolares.
Me tomaré también la libertad de mantener ciertas reservas que me han sido
sugeridas por diversos pasajes de su carta.
Por de
pronto, aunque mis ideas, en lo que se refiere a la organización y a la
realización, se hallen en este momento detenidas del todo, al menos en lo que
se relaciona con los principios, creo que es mi deber, que es el deber de todo
socialista, conservar por algún tiempo aún la forma antigua o dubitativa; en
una palabra, ante el público hago profesión de un antidogmatismo económico casi
absoluto.
Busquemos
juntos, si usted quiere, las leyes de la sociedad, el modo como esas leyes se
realizan, el progreso según el cual llegamos a descubrirlas; pero, ¡por Dios!,
después de haber demolido todos los dogmatismos a priori, no soñemos, a nuestra
vez, con adoctrinar al pueblo; no caigamos en la contradicción de su
compatriota Martín Lutero, quien, después de haber derribado la teología
católica, se puso en seguida, con el refuerzo de excomuniones y anatemas, a
fundar una teología protestante. Desde hace tres siglos, Alemania sólo se ocupa
en destruir el revoco hecho por Martín Lutero; no demos al género humano un
nuevo trabajo con nuevos amasijos. Aplaudo con todo mi corazón su pensamiento
de someter un día a examen todas las opiniones; sostengamos una buena y leal
polémica; demos al mundo el ejemplo de una tolerancia sabia y previsora; pero,
porque estamos a la cabeza del movimiento, no nos convirtamos en los jefes de
una nueva intolerancia, no nos situemos en apóstoles de una nueva religión,
aunque esta religión fuese la religión de la lógica, la religión de la razón.
Acojamos,
animemos todas las protestas; pronunciémonos contra todas las exclusiones,
contra todos los misticismos; no consideremos jamás agotada una cuestión, y
cuando hayamos llegado al último argumento, recomencemos, si es preciso, con la
elocuencia y la ironía. Con esa condición, entraré con placer en vuestra
asociación; si no, ¡no!
Tengo
también que hacerle algunas observaciones acerca de estas palabras de su carta:
"En el momento de la acción". Tal vez conserve usted aún la opinión
de que no es posible reforma alguna sin un golpe de mano, sin eso que antes se
llamaba una revolución, y que no es más que un estremecimiento. Esa opinión,
que concibo, que excuso, que discutiría de buena gana, ya que la he compartido
durante mucho tiempo, le confieso que mis últimos estudios la han disipado
completamente. Creo que no tenemos necesidad de eso para triunfar, y que, en
consecuencia, no debemos considerar la acción revolucionaria como medio de la
reforma social, porque ese pretendido medio sería simplemente un llamamiento a
la fuerza, a lo arbitrario; en una palabra, una contradicción. Yo me planteo
así el problema: "hacer entrar en la sociedad, por una combinación
económica, las riquezas que han salido de la sociedad por otra combinación
económica". Dicho en otras palabras, convertir en Economía Política la
teoría de la Propiedad, contra la Propiedad, de modo que engendre lo que
ustedes, los socialistas alemanes, llaman comunidad, y que yo me limitaré, por
ahora, a llamar libertad, igualdad. Ahora bien: creo saber el medio de resolver
en corto plazo ese problema: prefiero, pues, consumir la propiedad a fuego
lento a darle nueva fuerza haciendo una San Bartolomé de los propietarios.
Mi
próxima obra, que en este momento está a medio imprimir, le dirá más acerca de
esto.
He
aquí, mi querido filósofo, lo que creo del momento; salvo que me engañe, y, si
hay lugar a ello, reciba de usted un palmetazo, a lo que me someto de buena
gana: esperando mi desquite. Debo decirle de pasada, que tales me parecen
también los pensamientos de la clase obrera de Francia; nuestros proletarios
tienen tanta sed de ciencia, que sería mal acogido por ellos quien no tuviera
más que sangre para darles a beber. En una palabra: a mi juicio, haríamos mala
política hablando en exterminadores; demasiado vendrán por sí mismas las
medidas de rigor; el pueblo no tiene necesidad, para eso, de exhortación
alguna.
Siento
vivamente las pequeñas divisiones que, según parece, existen ya en el
socialismo alemán, y de las que sus querellas contra el Sr. G... me ofrecen la
prueba. Temo mucho que haya visto usted a ese escritor de modo equivocado;
apelo, mi querido Marx, a su sereno juicio. G... se halla desterrado, sin
fortuna, con mujer y dos niños, contando para vivir únicamente con su pluma.
¿Qué quiere usted que explote para vivir, si no son las ideas modernas?
Comprendo el furor filosófico de usted, y convengo en que la santa palabra de
la humanidad no debería ser jamás materia de tráfico; pero no quiero ver aquí
más que la desgracia, la extrema necesidad, y excuso al hombre. ¡Ah!, si todos
nosotros fuésemos millonarios, las cosas sucederían de un modo mejor. Seríamos santos
y ángeles. Pero hay que vivir; y usted sabe que esta palabra no expresa aún, ni
mucho menos, la idea que da la teoría pura de la asociación. Hay que vivir; es
decir, comprar pan, leña, carne, pagar al casero; y, a fe mía, el que vende
ideas sociales no es más indigno que el que vende un sermón. Ignoro en absoluto
si G... ha dicho él mismo que era mi preceptor. ¿Preceptor de qué? No me ocupo
más que de economía política, cosa de la que él apenas sabe nada; miro la
literatura como juego de niños, y en cuanto a la filosofía, sé lo bastante para
tener derecho a reírme de eso.
G...
no ha descorrido en absoluto ningún velo para mí; si él ha dicho lo contrario,
ha dicho una impertinencia, de lo que, estoy seguro, se arrepiente.
Lo que
sé, y lo estimo más que censuro un pequeño exceso de vanidad, es que debo al
Sr. G..., así como a su amigo Ewerbeck, el conocimiento que tengo de los
escritos de usted, mi querido Marx, de los de su amigo Engels y de la obra tan
importante de Feuerbach.
Esos
señores, a ruego mío, hicieron algunos análisis en francés, para mí (pues tengo
la desgracia de no leer el alemán), de las publicaciones socialistas más
importantes; y es a solicitud suya como menciono (cosa que, por otra parte,
hubiera hecho yo por mí mismo) en mi próxima obra las de Marx, Engels,
Feuerbach, etc. En fin, G... y Ewerbeck trabajan en conservar el fuego sagrado
entre los alemanes que residen en París, y la deferencia que tienen a esos
señores los obreros que los consultan me parece una segura garantía de la rectitud
de sus intenciones.
Veré
con placer, mi querido Marx, cómo rectifica usted un juicio fruto de un
instante de irritación, pues usted se hallaba colérico cuando me escribió. G...
me ha testimoniado el deseo de traducir mi libro actual; he comprendido que
esta traducción le procuraría algún recurso; le agradeceré, pues, mucho, así
como a sus amigos, no por mí, sino por él, que le presten ayuda en esta
ocasión, contribuyendo a la venta de una obra que podría, sin duda, con la
colaboración de ustedes, producirle más beneficio que a mí.
Si usted me da la seguridad de su concurso, querido Marx, enviaré inmediatamente las pruebas de la obra al Sr. G..., y creo, no obstante sus diferencias personales, de las que no quiero constituirme en juez, que esta conducta nos honraría a todos.
Si usted me da la seguridad de su concurso, querido Marx, enviaré inmediatamente las pruebas de la obra al Sr. G..., y creo, no obstante sus diferencias personales, de las que no quiero constituirme en juez, que esta conducta nos honraría a todos.
Saludos
amistosos a sus amigos Engels y Gigot.
Su devoto.
Su devoto.
Pierre
Joseph Proudhon"
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