Ir al contenido principal

Carlos Peña: Entre lo sublime y lo ridículo

"Pudo ser sublime.
Si la noche del 13 de diciembre —la de la primera vuelta— los partidos hubieran declarado su voluntad de cambio y, luego de oírlos, Frei, sirviéndose de esa leve épica que tiene la derrota, hubiera elaborado una narrativa a la altura de las expectativas de la gente, las cosas habrían sido distintas.
Los malos resultados se habrían encarado con racionalidad y ascetismo emocional. En una palabra, con dignidad.
Pero resultó ridículo.

¿De qué otra manera se podría calificar la renuncia de Gómez y de Auth encaminada a obtener el apoyo de Enríquez-Ominami? Hasta ahora se conocían muchas formas de hacer política. Violentas, pícaras, frívolas, brillantes, toscas. Lo que nunca se había visto era a dirigentes políticos dedicados a satisfacer el goce narcisista de un ex candidato.
Porque eso es lo que ocurrió con esas renuncias.

No fue un esfuerzo por poner al día la narrativa o la oferta electoral. Tampoco fue un intento por atraer a ese siete u ocho por ciento que definirá la elección. Menos la tentativa de construir un nuevo bloque político. Nada de eso. Fue simplemente un acto destinado a cumplir una de las condiciones planteadas por Enríquez-Ominami.
No puede haber un malentendido peor: confundir las demandas del electorado con las condiciones impuestas por Enríquez-Ominami.
Condiciones destinadas, dicho sea de paso, a no satisfacerse nunca. Y es que el diputado disfruta, no hay duda, el pequeño infierno de estos días ¿Sabe con qué atormenta el diablo a las almas en el infierno? Las hace esperar.
Y es comprensible.

Enríquez-Ominami y el senador Ominami tienen más sentimientos heridos que ideas por realizar; más cuentas emocionales que proyectos políticos; más cohesión familiar que coherencia; más confusión verbal que una lista de objetivos; más fantasías de redención y de venganza que ganas de hacer acuerdos políticos de largo plazo. ¿Qué podría llevar a pensar que después de hacer ascos a la Concertación —no hay peor astilla que la del mismo palo— iban ahora a hacer esfuerzos por que ganara la próxima elección? Quien piense que los Ominami cruzan los dedos para que la derecha no gane, olvidan cuántos deseos inconscientes oculta a veces la rivalidad política. Esos ingenuos deberían releer a Freud: que el rival pierda casi siempre es un consuelo para quien fue derrotado.

Por eso en vez de dedicarse a convencer a los Ominami, la Concertación debe esmerarse en interpelar a la ciudadanía y, en especial, a ese siete u ocho por ciento moderno, optimista y liberal que decidirá la próxima elección.

Y en eso podría tener ventajas comparativas.

Desde luego, la Concertación conecta mejor en los temas llamados valóricos con ese electorado. Mientras un sector de la derecha todavía se eriza con las técnicas de reproducción asistida, la píldora y las parejas gay, la Concertación se muestra dispuesta a ampliar esos espacios de autonomía personal.

Y si de renovar estilos y dirigentes se trata, la Concertación tampoco está en una desventaja neta: al menos empata con la Alianza. Basta pensar que el principal partido que apoya a Piñera —la UDI— se forjó, aunque no le guste que se lo recuerden, al amparo de la dictadura y de la épica de Chacarillas. Cuando Piñera se toma las fotos —y aunque es probable que de aquí en adelante se esmere en ocultarlo— no puede evitar que asomen tras sus hombros esos viejos perfiles del pasado.
Así entonces, en vez de seguir ocupada de cumplir condiciones imposibles —y arriesgar la estructura de los partidos para curar heridas que más que políticas son narcisistas—, la Concertación debería concentrarse en ese siete u ocho por ciento moderno y liberal que, no hay duda, mira con igual escepticismo a los dirigentes de este lado y del otro.

Si hace eso, lo sublime no estará para nada asegurado. Pero al menos el ridículo habrá quedado lejos."

Comentarios

Entradas más populares de este blog

El Nuevo Coloso, de Benjamin Sachs

"Como todos los lectores saben, El nuevo coloso es una novela histórica, un libro meticulosamente documentado situado en América entre 1876 y 1890 y basado en hechos reales. La mayoría de los personajes son seres que vivieron realmente en esa época, e incluso cuando los personajes son imaginarios, no son tanto inventos como préstamos, figuras robadas de las páginas de otras novelas. Por lo demás, todos los hechos son verdaderos -verdaderos en el sentido de que siguen el hilo de la historia- y en aquellos lugares en los que eso no queda claro, no hay ninguna manipulación de las leyes de la probabilidad. Todo parece verosímil, real, incluso banal por lo preciso de su descripción, y sin embargo Sachs sorprende al lector continuamente, mezclando tantos géneros y estilos para contar su historia que el libro empieza a parecer una máquina de juego, un fabuloso artefacto con luces parpadeantes y noventa y ocho efectos sonoros diferentes. De capítulo en capítulo, va saltando de la narració...

Una oración muy muy larga o Aquí no hay punto aparte?

La columna es del NYT: "“No book worth its salt is meant to put you to sleep,” says the garrulous shoemaker who narrates the Czech novelist Bohumil Hrabal’s “Dancing Lessons for the Advanced in Age” (1964), “it’s meant to make you jump out of bed in your underwear and run and beat the author’s brains out.” Thirty-three pages into what appears to be an unbroken highway of text, the reader might well wonder if that’s a mission statement or an invitation. “Dancing Lessons” unfurls as a single, sometimes maddening sentence that ends after 117 pages without a period, giving the impression that the opinionated, randy old cobbler will go on jawing ad infinitum. But the gambit works. His exuberant ramblings gain a propulsion that would be lost if the comma splices were curbed, the phrases divided into sentences. And there’s something about that slab of wordage that carries the eye forward, promising an intensity simply unattainable by your regularly punctuated novel. Hrabal wasn’t th...

El Gran Santiago