Un amigo envío material cargado con poética cuántica que va en su próxima publicación:
III
Más que lo alusivo a las bacanales, donde nuestras caras se
reflejaban tras el vaso y jugando al amparo de meridiano vértigo, fuimos atrapados en el hálito del otro simulando estar despiertos. Desde allí, hicimos un pacto con la cabeza inclinada a los pies del ácido y la espiga, tu, sobre un becerro de oro devolviste el mérito al dolor impunemente, yo, el juicio y la
enmienda, quise revelar el sexo del inquisidor durmiendo junto a él, vestido de estiércol.
Como contarte que los años han pasado en vano, que donde tus alegrías se esconden no cabe más que un grito o las notas de
Mahler envejeciendo entre las columnas y las sillas huecas, en ese entonces, el único espectador era yo y tú te ibas convirtiendo en mi mirada.
Desconozco lo que sucede en el espacio de cada dedo que
compone tu mano, acaso... ¿Nunca te has mirado las manos hasta el atardecer?
Deberíamos ser tan distintos, como el mismo pecado que
transgredimos desde la indiferencia de frágiles dioses, para ahuyentar tus infiernos y así brindarte horizontes generosos. Desde ti, desconozco a los que entierran sus deseos ocultos en el escondite imaginario. Debo, por sobre todas las cosas, atardecer hasta tu boca invadida por la muerte y explicarme que
sucede, incluso en la atmósfera donde soñó tu cuerpo cuando tomaste tan extraña decisión.
¿Fueron los credos de occidente, que arrancaron tus
sueños desde una tumba imaginaria, o la dictadura interminable de ese joven que negó sus brazos convertidos en espejo?
¿Debo emancipar tu nombre y susurrar?
¿y la belleza, Santiago?
¿Y la belleza?
Marcelo del Campo
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