"Si consideramos a la poesía como un territorio del lenguaje cuyos lindes se han ido extendiendo gracias a sucesivas exploraciones, conquistas y colonizaciones; la poesía llamada sonora (como si el resto de la poesía no lo fuera), hoy se ubica en los suburbios, en los extramuros del lenguaje, al menos en castellano. Su importancia entonces gravita, en su carácter exploratorio, experimental si se quiere, permitiendo ampliar los límites tradicionalmente habitados por la poesía.
Si consideramos a la poesía como palabras cargadas de sentido, emoción y música, aquella llamada sonora, violenta el lenguaje, despojándolo de todo sentido externo, con lo cual se debiera teóricamente potenciar el sentido interno del verso, la emoción y la música.
Cuando por ejemplo leo en voz alta una línea de Dante: Taciti, soli, sanza compagnia, o de Horacio: Cum tot sosteneas et tanta negotia solus y me abstraigo de su significado (sentido externo), el verso me resulta cargado de emoción y de música, sea ya por sus aliteraciones y su ritmo, ya por su textura y su siseo. Mediante este ejercicio, la palabra, pierde el sentido externo (aquello que "nombra"), logrando un sentido más puro, interno si se quiere, actuando (como diría Kandinsky) más directamente en el alma.
Si consideramos a la poesía como palabras cargadas de sentido, emoción y música, aquella llamada sonora, violenta el lenguaje, despojándolo de todo sentido externo, con lo cual se debiera teóricamente potenciar el sentido interno del verso, la emoción y la música.
Cuando por ejemplo leo en voz alta una línea de Dante: Taciti, soli, sanza compagnia, o de Horacio: Cum tot sosteneas et tanta negotia solus y me abstraigo de su significado (sentido externo), el verso me resulta cargado de emoción y de música, sea ya por sus aliteraciones y su ritmo, ya por su textura y su siseo. Mediante este ejercicio, la palabra, pierde el sentido externo (aquello que "nombra"), logrando un sentido más puro, interno si se quiere, actuando (como diría Kandinsky) más directamente en el alma.
Ahora, las tres o cuatro veces que he presenciado la llamada poesía sonora, si bien he captado cierto ritmo (algo ingenuo por lo demás), me ha sido imposible percibir el sentido interno del poema. Para qué hablar de emocionarme. Aún no sé si este defecto se deba realmente a la insuficiencia de las interpretaciones, o a lo poco entrenado de mi oído e inteligencia para este tipo de manifestaciones. Posiblemente, un poco de ambas cosas.
Sin embargo miro con esperanzas los logros que en un futuro pudiera alcanzar la poesía sonora en Chile, una vez claro, que halle su método. Por lo pronto no pasa de ser una zona en exploración, aún no dominada, cuyos primeros colonos, valientemente la han bautizando con la pompa y entusiasmo que acostumbraban los conquistadores españoles al bautizar por Imperial o Villarrica, sus tres barracas a medio armar en mitad de nada."
Juan Cristóbal Romero, ingeniero civil, poeta y banquero (de los pobres), autor de Marulla, Ediciones Tácitas 2003.
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