Muere Pinochet, como ya lo hicieron Stroessner, Galtieri y Bánzer.
Los dictadores no son inmortales. Sus figuras fueron sinónimo en nuestros países de exterminio, asesinato, desaparición forzada, secuestro, violencia sexual, felonía, profanación de restos, pillaje, soberbia, cobardía, traición, expolio, robo, deshonor, mentira, entre otros. A simple vista, parece entonces que nuestro continente americano deja atrás uno de los episodios más tristes y oscuros de su historia, aquel que nos hermanó en el dolor y en el horror.
Sin embargo, la muerte vence a la justicia, la que durante dos décadas pudo lograr lo ahora inalcanzable, dejando una miserable enseñanza a nuestros hijos y a nuestros nietos, pues quien fue responsable de los crímenes más atroces que repudian a la conciencia universal, jamás pagó por ello.
En consecuencia, la muerte de Pinochet nos impone el desafío de continuar en la búsqueda de la Verdad y la Justicia. Ahora más que nunca. Queda el sabor amargo por la pasividad de los jueces y tribunales chilenos, que lo dejaron partir sin más, sin juzgarlo, sin condenarlo. Pinochet muere pero sus crímenes continúan impunes.
Hoy recordamos vivamente a nuestros miles de detenidos desaparecidos, ejecutados políticos y sobrevivientes de tortura, en particular a los compañeros de CODEPU que ya no están: Fernando Castillo, Blanca Rengifo, Patricio Sobarzo, Fernando Vergara, Rafael Maroto, Katia Reszczynski. Con todos ellos, y por ellos, debemos continuar exigiendo que se haga Justicia, impidiendo la aplicación del Decreto Ley de Amnistía y de otras instituciones procesales que legitiman la impunidad, y rompiendo los mecanismos de protección respecto de los otros responsables de graves violaciones de los derechos humanos, que compartieron con Pinochet el nefasto designio de ser ejecutores de la política de terrorismo de Estado.
Fueron 1.185 los detenidos desaparecidos; 2.196, quienes fueron asesinados de distintas maneras (fusilados, muertos en falsos enfrentamientos, explosionados), y 50.000 personas las que sufrieron la tortura, crímenes que bajo su régimen constituyeron el principal método de control, de amedrentamiento, de terror y de sometimiento.
Hubo también otras violaciones: abuso de poder, exilio, persecución, exoneración, conculcación de las libertades públicas.
Los crímenes de Pinochet y sus secuaces fueron cometidos tanto al interior de nuestras fronteras como en el exterior. Fueron perpetrados en Chile contra nacionales y también extranjeros, quienes compartieron un sueño común representado en los ideales del Presidente constitucional Salvador Allende, la construcción de una patria más igualitaria, humana y habitable para todos.
En 1998, a veinticinco años del golpe militar, la solidaridad internacional fue cómplice de nuestra lucha contra la impunidad. El juez español Baltasar Garzón, en el curso de la acción judicial presentada dos años atrás por el Fiscal Carlos Castresana, expidió una orden internacional de captura que logró la detención del dictador en Londres, marcando un hecho histórico en la aplicación de los principios y doctrina internacional de los derechos humanos, que supuso el envío de un mensaje a la comunidad internacional sin precedentes, el que tenía que ver con la posibilidad de persecución universal de los genocidas del planeta.
Pinochet es acusado por tortura, pero el gobierno de Eduardo Frei, en connivencia con sectores de la derecha de este país, quienes también fueron cómplices de éste y otros crímenes, promete que sería juzgado por los tribunales nacionales con las debidas garantías. Garantías de las cuales nunca gozaron, ni entonces sus víctimas, ni después sus familiares. Finalmente, la promesa es quebrantada. De allí en adelante, los avatares de los procesos judiciales abiertos en contra de Pinochet, oscilan entre los argumentos de su defensa basados en la insanidad mental, las múltiples enfermedades, la edad? Todas dilaciones que ampararonn la cobardía del dictador, que nunca tuvo el coraje de enfrentar la acción de justicia.
Al día de su muerte, Pinochet enfrentaba aproximadamente 300 procesos judiciales, siendo sometido a proceso en tan sólo tres de ellos. El silencio del poder judicial es manifiesto, con su conducta permitió irremediablemente al desamparo de las miles de víctimas.
Pinochet ha muerto un 10 de Diciembre, Día Internacional de los Derechos Humanos. Hacia el Bicentenario, CODEPU, junto a los organismos de derechos humanos y a aquellos que, a título personal y colectivo, siempre estuvieron de nuestro lado, se impone el desafío de hacerse cargo del pasado, difícil, lleno de obstáculos, e impune, que nos legó la dictadura pinochetista. Nuestro compromiso es lograr que al año 2010 la sociedad chilena pueda reconquistar un país más democrático, más solidario, más integrado, más justo, cuyo quiebre vital, cultural y político partió con el golpe de Estado.
Es necesario recuperar la memoria, pues nos asiste la convicción, que constituye un imperativo ético irrenunciable, el arrojar luz sobre quienes protagonizaron el supremo acto de amor de tratar de restituir a nuestro pueblo la dignidad perdida, y pagaron con sus vidas ese noble esfuerzo, elevándolos finalmente al justo lugar en la historia que por derecho propio le corresponde.
Las trabajadoras y los trabajadores de CODEPU."
Santiago, 12 de diciembre de 2006
Los dictadores no son inmortales. Sus figuras fueron sinónimo en nuestros países de exterminio, asesinato, desaparición forzada, secuestro, violencia sexual, felonía, profanación de restos, pillaje, soberbia, cobardía, traición, expolio, robo, deshonor, mentira, entre otros. A simple vista, parece entonces que nuestro continente americano deja atrás uno de los episodios más tristes y oscuros de su historia, aquel que nos hermanó en el dolor y en el horror.
Sin embargo, la muerte vence a la justicia, la que durante dos décadas pudo lograr lo ahora inalcanzable, dejando una miserable enseñanza a nuestros hijos y a nuestros nietos, pues quien fue responsable de los crímenes más atroces que repudian a la conciencia universal, jamás pagó por ello.
En consecuencia, la muerte de Pinochet nos impone el desafío de continuar en la búsqueda de la Verdad y la Justicia. Ahora más que nunca. Queda el sabor amargo por la pasividad de los jueces y tribunales chilenos, que lo dejaron partir sin más, sin juzgarlo, sin condenarlo. Pinochet muere pero sus crímenes continúan impunes.
Hoy recordamos vivamente a nuestros miles de detenidos desaparecidos, ejecutados políticos y sobrevivientes de tortura, en particular a los compañeros de CODEPU que ya no están: Fernando Castillo, Blanca Rengifo, Patricio Sobarzo, Fernando Vergara, Rafael Maroto, Katia Reszczynski. Con todos ellos, y por ellos, debemos continuar exigiendo que se haga Justicia, impidiendo la aplicación del Decreto Ley de Amnistía y de otras instituciones procesales que legitiman la impunidad, y rompiendo los mecanismos de protección respecto de los otros responsables de graves violaciones de los derechos humanos, que compartieron con Pinochet el nefasto designio de ser ejecutores de la política de terrorismo de Estado.
Fueron 1.185 los detenidos desaparecidos; 2.196, quienes fueron asesinados de distintas maneras (fusilados, muertos en falsos enfrentamientos, explosionados), y 50.000 personas las que sufrieron la tortura, crímenes que bajo su régimen constituyeron el principal método de control, de amedrentamiento, de terror y de sometimiento.
Hubo también otras violaciones: abuso de poder, exilio, persecución, exoneración, conculcación de las libertades públicas.
Los crímenes de Pinochet y sus secuaces fueron cometidos tanto al interior de nuestras fronteras como en el exterior. Fueron perpetrados en Chile contra nacionales y también extranjeros, quienes compartieron un sueño común representado en los ideales del Presidente constitucional Salvador Allende, la construcción de una patria más igualitaria, humana y habitable para todos.
En 1998, a veinticinco años del golpe militar, la solidaridad internacional fue cómplice de nuestra lucha contra la impunidad. El juez español Baltasar Garzón, en el curso de la acción judicial presentada dos años atrás por el Fiscal Carlos Castresana, expidió una orden internacional de captura que logró la detención del dictador en Londres, marcando un hecho histórico en la aplicación de los principios y doctrina internacional de los derechos humanos, que supuso el envío de un mensaje a la comunidad internacional sin precedentes, el que tenía que ver con la posibilidad de persecución universal de los genocidas del planeta.
Pinochet es acusado por tortura, pero el gobierno de Eduardo Frei, en connivencia con sectores de la derecha de este país, quienes también fueron cómplices de éste y otros crímenes, promete que sería juzgado por los tribunales nacionales con las debidas garantías. Garantías de las cuales nunca gozaron, ni entonces sus víctimas, ni después sus familiares. Finalmente, la promesa es quebrantada. De allí en adelante, los avatares de los procesos judiciales abiertos en contra de Pinochet, oscilan entre los argumentos de su defensa basados en la insanidad mental, las múltiples enfermedades, la edad? Todas dilaciones que ampararonn la cobardía del dictador, que nunca tuvo el coraje de enfrentar la acción de justicia.
Al día de su muerte, Pinochet enfrentaba aproximadamente 300 procesos judiciales, siendo sometido a proceso en tan sólo tres de ellos. El silencio del poder judicial es manifiesto, con su conducta permitió irremediablemente al desamparo de las miles de víctimas.
Pinochet ha muerto un 10 de Diciembre, Día Internacional de los Derechos Humanos. Hacia el Bicentenario, CODEPU, junto a los organismos de derechos humanos y a aquellos que, a título personal y colectivo, siempre estuvieron de nuestro lado, se impone el desafío de hacerse cargo del pasado, difícil, lleno de obstáculos, e impune, que nos legó la dictadura pinochetista. Nuestro compromiso es lograr que al año 2010 la sociedad chilena pueda reconquistar un país más democrático, más solidario, más integrado, más justo, cuyo quiebre vital, cultural y político partió con el golpe de Estado.
Es necesario recuperar la memoria, pues nos asiste la convicción, que constituye un imperativo ético irrenunciable, el arrojar luz sobre quienes protagonizaron el supremo acto de amor de tratar de restituir a nuestro pueblo la dignidad perdida, y pagaron con sus vidas ese noble esfuerzo, elevándolos finalmente al justo lugar en la historia que por derecho propio le corresponde.
Las trabajadoras y los trabajadores de CODEPU."
Santiago, 12 de diciembre de 2006
extraido desde este entretenido blog
Comentarios
Saludos cordiales, yo.