En El País:
"Goran Bregovic sigue siendo a los 59 años -los cumple el 22 de este mes- un rebelde. Aunque procede de un territorio convulso en el que abundan las etiquetas nacionalistas (serbios, croatas, bosniacos, kosovares) se considera yugoslavo, una nacionalidad que ya no existe; que sólo permanece en la música y en la memoria. "Si tu país desaparece, descubres que no era algo político ni geográfico, sino emocional. No me siento represente de una nación o un Estado. Sólo represento ese territorio emocional que no tiene nada que ver con la política", asegura en una entrevista realizada el viernes en Cádiz, en víspera del primero de los tres conciertos que dará en España junto a su Banda de Bodas y Funerales (hoy en Madrid, teatro Price; el 18 en Barcelona, en el Palau de la Música).
"Tuve profesores que terminaron siendo criminales de guerra"
"¿Copiar? Eso es la cultura. Robar y dejar cosas para que otros roben"
En Alkohol, su último disco, hay una referencia a esa locura; una frase extraída de una camiseta muy popular en los Balcanes: "Quien no se vuelve loco no es normal". Bregovic no rehúye ningún tema, tampoco el de la guerra. "Creo que conozco a casi todos los criminales de guerra. Conozco a Radovan Karadzic, que antes de la guerra era poeta. Algunos de mis profesores de la Facultad de Filosofía están en La Haya. Eran políticos pequeños que creyeron interpretar personajes históricos. Los seres humanos están condicionados. Si les dejas la oportunidad de convertirse en animales se convertirán en animales. La cultura no nos protege".
En la última película en la que colaboró musicalmente con Emir Kusturica, Underground, se produjo la ruptura entre dos de los artistas serbios más importantes de los últimos años. "Fue realmente difícil. Fue una catarsis. Era una película sobre la guerra cuando aún había guerra. Muchos de los que trabajamos en ella sabíamos que ya habíamos tenido suficiente de él y él, de nosotros. Todos necesitábamos un cambio. Kusturica nunca me pareció interesante como persona. Es un buen artista, quizá el único cineasta que tenemos con un trabajo coherente. La pena es que ya no hace buenas películas porque está solo, aislado. Nadie que esté solo puede hacer una película".
En Underground hay una escena sobre la ruptura de Yugoslavia: cuando un trozo de tierra se desgaja y se aleja flotando. Esa isla volvió por unos días en 2005, cuando Bijelo Dugme, la gran banda de rock de Bregovic, disuelta en los ochenta, dio tres conciertos. "Vendimos 75.000 entradas en Sarajevo y otras 75.000 en Zagreb en un solo día. En Belgrado reunimos a 148.000 personas. Vino gente de todo el mundo, incluso desde Canadá. (...) Con el rock envías violencia al público y el público te devuelve violencia, aunque también se puede llamar energía. En esos conciertos no hubo un solo incidente a pesar de la cantidad de gente que se reunió en lugares tan problemáticos. Observaba desde el escenario cómo todos se preocupan en evitarlos, como si todos quisieran cuidar el momento para que nada lo estropeara. No era sobre musulmanes, croatas o serbios, era sobre personas que sólo querían cantar juntos canciones que todos sabían".
Preguntado por si la música tiene poder para cambiar a la gente, aunque sea por unas horas, responde: "A los artistas occidentales les gusta decir grandes cosas, como que la música puede cambiar el mundo. Vengo de un país comunista y sé dónde está el poder. Aunque trabajo con la misma temperatura que los artistas occidentales, sé que hay un largo camino hasta ser iluminado. Las luces pequeñas ayudan, pero en el fondo no cambian nada".
Una de esas pequeñas luces se la regaló Ernesto Sábato cuando Bregovic acudió a Buenos Aires a dar su primer concierto. "Al llegar al hotel me dieron un sobre que me habían dejado de parte de Sábato. Contenía un libro, Sobre héroes y tumbas, y una carta en la que me pedía disculpas por no acudir al concierto. Me explicaba que mi música le había salvado en momentos de depresión. Lo curioso es que cuando hice el servicio militar en Nis, en la época comunista, robé de la biblioteca del cuartel un ejemplar de ese libro. Lo tuve en mi casa de Sarajevo durante años y lo perdí. Con la guerra perdí todo, también mi biblioteca. Puedes empezar dos veces tu vida, pero no puedes empezar dos veces una biblioteca. Todas las cosas grandes que me han pasado están guiadas por cosas pequeñas que se vuelven grandes, como el libro de Sábato".
"Copio como todos", asegura para defenderse de las acusaciones de sus enemigos. "No soy Dios; es el trabajo de Dios crear. Me llaman compositor porque compongo lo que ya existe. Así ha sido siempre, desde Stravinski, Gershwing, Bono, Lennon... Se trata de un viejo método: tomas algo de tu tradición, robas y dejas atrás cosas para que otros con talento roben también. La cultura es eso, una transformación continua".
Para él, que publicó su primer disco en 1974, la música es un lenguaje anterior a la palabra, y la suya, una mezcla en una zona donde los muy nacionalistas exigen pureza: "Está antes que la palabra, la religión y la política. Siempre cantarás alguna melodía de tus enemigos y siempre escuchas alguna de tus canciones en labios de tus enemigos. Es algo normal. Durante cuatro o cinco siglos fuimos una frontera entre católicos, ortodoxos y musulmanes. Vengo de un sitio donde todo era ya Frankenstein. Cualquier cosa que intentes lleva un Frankenstein dentro. No puedes evitarlo. Si naces en un sitio así sabes que tienes que estar preparado para recibir muchas malas noticias en tu vida", dice Bregovic, hijo de croata y serbia, y marido de una musulmana. Y concluye, "la guerra no es sólo matar gente, quemar casas, la guerra mata una infraestructura cultural, edificada por los hombres con gran dificultad durante mucho tiempo"."
"Tuve profesores que terminaron siendo criminales de guerra"
"¿Copiar? Eso es la cultura. Robar y dejar cosas para que otros roben"
En Alkohol, su último disco, hay una referencia a esa locura; una frase extraída de una camiseta muy popular en los Balcanes: "Quien no se vuelve loco no es normal". Bregovic no rehúye ningún tema, tampoco el de la guerra. "Creo que conozco a casi todos los criminales de guerra. Conozco a Radovan Karadzic, que antes de la guerra era poeta. Algunos de mis profesores de la Facultad de Filosofía están en La Haya. Eran políticos pequeños que creyeron interpretar personajes históricos. Los seres humanos están condicionados. Si les dejas la oportunidad de convertirse en animales se convertirán en animales. La cultura no nos protege".
En la última película en la que colaboró musicalmente con Emir Kusturica, Underground, se produjo la ruptura entre dos de los artistas serbios más importantes de los últimos años. "Fue realmente difícil. Fue una catarsis. Era una película sobre la guerra cuando aún había guerra. Muchos de los que trabajamos en ella sabíamos que ya habíamos tenido suficiente de él y él, de nosotros. Todos necesitábamos un cambio. Kusturica nunca me pareció interesante como persona. Es un buen artista, quizá el único cineasta que tenemos con un trabajo coherente. La pena es que ya no hace buenas películas porque está solo, aislado. Nadie que esté solo puede hacer una película".
En Underground hay una escena sobre la ruptura de Yugoslavia: cuando un trozo de tierra se desgaja y se aleja flotando. Esa isla volvió por unos días en 2005, cuando Bijelo Dugme, la gran banda de rock de Bregovic, disuelta en los ochenta, dio tres conciertos. "Vendimos 75.000 entradas en Sarajevo y otras 75.000 en Zagreb en un solo día. En Belgrado reunimos a 148.000 personas. Vino gente de todo el mundo, incluso desde Canadá. (...) Con el rock envías violencia al público y el público te devuelve violencia, aunque también se puede llamar energía. En esos conciertos no hubo un solo incidente a pesar de la cantidad de gente que se reunió en lugares tan problemáticos. Observaba desde el escenario cómo todos se preocupan en evitarlos, como si todos quisieran cuidar el momento para que nada lo estropeara. No era sobre musulmanes, croatas o serbios, era sobre personas que sólo querían cantar juntos canciones que todos sabían".
Preguntado por si la música tiene poder para cambiar a la gente, aunque sea por unas horas, responde: "A los artistas occidentales les gusta decir grandes cosas, como que la música puede cambiar el mundo. Vengo de un país comunista y sé dónde está el poder. Aunque trabajo con la misma temperatura que los artistas occidentales, sé que hay un largo camino hasta ser iluminado. Las luces pequeñas ayudan, pero en el fondo no cambian nada".
Una de esas pequeñas luces se la regaló Ernesto Sábato cuando Bregovic acudió a Buenos Aires a dar su primer concierto. "Al llegar al hotel me dieron un sobre que me habían dejado de parte de Sábato. Contenía un libro, Sobre héroes y tumbas, y una carta en la que me pedía disculpas por no acudir al concierto. Me explicaba que mi música le había salvado en momentos de depresión. Lo curioso es que cuando hice el servicio militar en Nis, en la época comunista, robé de la biblioteca del cuartel un ejemplar de ese libro. Lo tuve en mi casa de Sarajevo durante años y lo perdí. Con la guerra perdí todo, también mi biblioteca. Puedes empezar dos veces tu vida, pero no puedes empezar dos veces una biblioteca. Todas las cosas grandes que me han pasado están guiadas por cosas pequeñas que se vuelven grandes, como el libro de Sábato".
"Copio como todos", asegura para defenderse de las acusaciones de sus enemigos. "No soy Dios; es el trabajo de Dios crear. Me llaman compositor porque compongo lo que ya existe. Así ha sido siempre, desde Stravinski, Gershwing, Bono, Lennon... Se trata de un viejo método: tomas algo de tu tradición, robas y dejas atrás cosas para que otros con talento roben también. La cultura es eso, una transformación continua".
Para él, que publicó su primer disco en 1974, la música es un lenguaje anterior a la palabra, y la suya, una mezcla en una zona donde los muy nacionalistas exigen pureza: "Está antes que la palabra, la religión y la política. Siempre cantarás alguna melodía de tus enemigos y siempre escuchas alguna de tus canciones en labios de tus enemigos. Es algo normal. Durante cuatro o cinco siglos fuimos una frontera entre católicos, ortodoxos y musulmanes. Vengo de un sitio donde todo era ya Frankenstein. Cualquier cosa que intentes lleva un Frankenstein dentro. No puedes evitarlo. Si naces en un sitio así sabes que tienes que estar preparado para recibir muchas malas noticias en tu vida", dice Bregovic, hijo de croata y serbia, y marido de una musulmana. Y concluye, "la guerra no es sólo matar gente, quemar casas, la guerra mata una infraestructura cultural, edificada por los hombres con gran dificultad durante mucho tiempo"."
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