El Mercurio, 18 de Abril de 2008
En asuntos morales Chile se comporta de la misma manera en que jugamos al fútbol: lento y mal.
Lento y mal, o sea, trotando en vez de correr, abusando del pase lateral, devolviendo la pelota al arquero ante cualquier emergencia o sacándola derechamente de la cancha, y sin clara conciencia de que el objetivo es el arco contrario y no dejar pasar los minutos para mantener como resultado deseable el cero a cero inicial. Con Bielsa -un extranjero- nuestro fútbol podría mejorar, aunque no es del caso importar talentos morales que sacudan la somnolencia de sectores conservadores que aún no logran asimilar la distinción entre derecho y moral, y entre ésta y religión, que cualquier alumno conoce desde el primer año de sus estudios jurídicos.
Andrés Bello, a quien esos sec-tores admiran hoy sin reservas, fue acusado por los conservadores de su tiempo de corromper a la juventud, sólo por haber publicado un artículo contra la censura de libros. Francisco Bilbao, a quien se trata hoy de rescatar de la maledicencia y el olvido, pagó con el exilio ideas liberales que fueron consideradas como una planta exótica, cuando no tóxica. A la canonización de Alberto Hurtado concurrieron algunos chilenos cuya filiación conservadora es idéntica a la de aquellos de sus antepasados que lo denostaron como cura rojo por sostener que la práctica de la caridad no puede reemplazar a la virtud de la justicia.
Los chilenos contraen hoy matrimonio civil, se hacen enterrar en cementerios laicos y registran nacimientos y defunciones en una repartición del Estado, pero hay que ver las tinieblas morales que se anunciaron cuando las leyes del caso fueron aprobadas. Tinieblas morales que volvieron a pronosticarse con motivo de la ley de divorcio, la misma que utilizan hoy personas de talante conservador que quieren certificar judicialmente la ruptura de su vínculo matrimonial y quedar en condiciones de volver a casarse. No pocas reticencias y demoras tuvo también la iniciativa de igualar los derechos de los hijos, así nacieran dentro o fuera del matrimonio. Y un gobernante católico -Frei Montalva- fue duramente criticado por adoptar hace 40 años políticas de planificación familiar que cualquier pareja aplica hoy rutinariamente.
Chile abolió la censura cinematográfica recién en 2002, merced a un fallo de la Corte Interamericana de Justicia que obligó al Estado a derogar la norma que en 1980 estableció la censura en el texto de la propia Constitución, la misma que negó todo recurso contra las decisiones de Pinochet de expulsar o relegar a disidentes de su gobierno, y la misma que los sectores conservadores concurrieron a aprobar con entusiasmo, hace 28 años, y que consiguieron mantener prácticamente intocada hasta 2005.
Queda el consuelo de que los sectores conservadores, aunque ganen a medias algunas esporádicas batallas, pierden finalmente la guerra, y que todo lo más que consiguen es parapetarse en uno que otro reducto institucional, para resistir, mientras puedan, el avance imparable de la libertad y la autonomía de hombres y mujeres que no admiten otro tutor moral que su propia conciencia.
En asuntos morales Chile se comporta de la misma manera en que jugamos al fútbol: lento y mal.
Lento y mal, o sea, trotando en vez de correr, abusando del pase lateral, devolviendo la pelota al arquero ante cualquier emergencia o sacándola derechamente de la cancha, y sin clara conciencia de que el objetivo es el arco contrario y no dejar pasar los minutos para mantener como resultado deseable el cero a cero inicial. Con Bielsa -un extranjero- nuestro fútbol podría mejorar, aunque no es del caso importar talentos morales que sacudan la somnolencia de sectores conservadores que aún no logran asimilar la distinción entre derecho y moral, y entre ésta y religión, que cualquier alumno conoce desde el primer año de sus estudios jurídicos.
Andrés Bello, a quien esos sec-tores admiran hoy sin reservas, fue acusado por los conservadores de su tiempo de corromper a la juventud, sólo por haber publicado un artículo contra la censura de libros. Francisco Bilbao, a quien se trata hoy de rescatar de la maledicencia y el olvido, pagó con el exilio ideas liberales que fueron consideradas como una planta exótica, cuando no tóxica. A la canonización de Alberto Hurtado concurrieron algunos chilenos cuya filiación conservadora es idéntica a la de aquellos de sus antepasados que lo denostaron como cura rojo por sostener que la práctica de la caridad no puede reemplazar a la virtud de la justicia.
Los chilenos contraen hoy matrimonio civil, se hacen enterrar en cementerios laicos y registran nacimientos y defunciones en una repartición del Estado, pero hay que ver las tinieblas morales que se anunciaron cuando las leyes del caso fueron aprobadas. Tinieblas morales que volvieron a pronosticarse con motivo de la ley de divorcio, la misma que utilizan hoy personas de talante conservador que quieren certificar judicialmente la ruptura de su vínculo matrimonial y quedar en condiciones de volver a casarse. No pocas reticencias y demoras tuvo también la iniciativa de igualar los derechos de los hijos, así nacieran dentro o fuera del matrimonio. Y un gobernante católico -Frei Montalva- fue duramente criticado por adoptar hace 40 años políticas de planificación familiar que cualquier pareja aplica hoy rutinariamente.
Chile abolió la censura cinematográfica recién en 2002, merced a un fallo de la Corte Interamericana de Justicia que obligó al Estado a derogar la norma que en 1980 estableció la censura en el texto de la propia Constitución, la misma que negó todo recurso contra las decisiones de Pinochet de expulsar o relegar a disidentes de su gobierno, y la misma que los sectores conservadores concurrieron a aprobar con entusiasmo, hace 28 años, y que consiguieron mantener prácticamente intocada hasta 2005.
Queda el consuelo de que los sectores conservadores, aunque ganen a medias algunas esporádicas batallas, pierden finalmente la guerra, y que todo lo más que consiguen es parapetarse en uno que otro reducto institucional, para resistir, mientras puedan, el avance imparable de la libertad y la autonomía de hombres y mujeres que no admiten otro tutor moral que su propia conciencia.
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