"El jueves, en Caracas, y en un ambiente, es de suponer, calurosamente hostil, Human Rigths Watch (dirigido, dicho sea de paso, por un chileno) presentó su análisis de los diez años del Gobierno de Chávez. Chávez simpatiza a una parte de la izquierda (esa que arisca la nariz frente a la dinámica actual del capitalismo) y por eso este trabajo (realizado por una institución de irreprochable imparcialidad) merece ser tomado en cuenta por quienes la suerte de la izquierda latinoamericana podría afectarles (o sea por todos).
El rasgo más notorio de Chávez es su carácter mayoritario. Nadie podría reprocharle haber accedido al poder o mantenerse en él a espaldas de los venezolanos. Si bien el año 1992 pecó de golpista, se corrigió pronto: fue electo con el 56% de los votos, ganó un referéndum con casi el 92% y hasta hace poco su popularidad no bajaba del 65%. Casi todos sus actos se encuentran refrendados por votaciones, mitines y plebiscitos y cuando perdió uno de estos últimos aceptó la derrota sin chistar (o casi).
El carácter mayoritario de Chávez es indesmentible y su vocación por el voto irreprochable. Un puñado de sus adversarios no puede decir lo mismo: la derecha venezolana (la misma que casi siempre mostró un raro deleite por la corrupcion, el oropel y la bisutería) apoyó, el año 2002, un golpe bochornoso en su contra cuyo éxito duró apenas dos días.
El informe de Human Rigths Watch muestra, sin embargo, que Chávez, junto a ese casi supersticioso apego a la mayoría, muestra una tendencia, casi igualmente intensa, a pisotear lo que constituye uno de los cotos vedados de la democracia: los derechos de los individuos.
En Venezuela, que se sepa, no hay desapariciones masivas ni torturas, y los opositores no se encuentran recluidos, pero en cambio se multiplican, con imaginación efervescente, los obstáculos a la libertad de expresión, se amaga la independencia de los tribunales, se cultiva la discriminación por motivos políticos y la libertad sindical brilla por su ausencia.
Los escritores de Human Rigths Watch (luego de visitas in situ, entrevistas, revisión de la prensa y múltiples mecanismos de cotejo en los que se han hecho expertos) relatan que Chávez imaginó el delito de desacato (que castiga, como ocurría en Chile hasta hace poco, la crítica a las autoridades); se las arregló para contar con jueces obsecuentes (el Congreso puede destituirlos por mayoría simple y cada vez que alguno osa contrariar sus preferencias); utiliza los empleos estatales como botín (y su pérdida como castigo); y mediante diversos ardides logró que los sindicatos casi se confundieran con el gobierno (y éste, por supuesto, con el Estado).
Es decir, en Venezuela gobierna la mayoría; pero cada día que pasa se arruinan el conjunto de procedimientos, mecanismos y alternativas para que la minoría excluida del gobierno pueda abrigar la esperanza de hacer eso a que tiene derecho en todas las democracias del mundo: ganar competitivamente la voluntad de los mismos que por ahora apoyan a Chávez.
El modelo bolivariano -así le gusta a Chávez se lo denomine- es entonces un gobierno demócrata, pero iliberal. Uno de esos tantos gobiernos que se empeñan en carecer de límites con el clásico argumento de que si gobierna el pueblo las cortapisas son redundantes e innecesarias. ¿Por qué el pueblo habría de protegerse contra su propia voluntad?
Con ese argumento, Chávez ha anegado todas la ramas del gobierno hasta no dejar ninguna lejos suyo y parece empeñado en hacer lo mismo con la sociedad civil, los sindicatos, la prensa y otras entidades no gubernamentales. En ese empeño lo ayudan, por supuesto, una derecha que fue tradicionalmente parasitaria y el petróleo que es más persuasivo y elocuente que el más sofisticado de los argumentos.
La ruina de los derechos civiles y políticos que muestra el informe de Human Rigths Watch es creciente en Venezuela; pero haríamos mal si viéramos en él un fruto exclusivo de la voluntad de Chávez. Ese deterioro es resultado de uno de los rasgos más propios de la región (del que a veces ni siquiera nosotros nos escapamos): el deseo de tomar atajos y evitar el tedio de la mejora incremental. Las élites de derecha que depredaron el estado venezolano (cuando asumió Chávez cuatro de cinco venezolanos estaban bajo la línea de la pobreza) también tienen su parte en lo que está pasando allí.
Y es que, como enseñó Marx en el Dieciocho Brumario, la política actual siempre es resultado de condiciones heredadas
Pero explicar a Chávez no equivale, por supuesto, a exculparlo. El maltrato a las instituciones liberales que -como muestra el informe de Human Rigths Watch- él lleva cotidianamente a cabo es simplemente inaceptable.
Chávez muestra, con exceso, que uno de los defectos de la izquierda latinoamericana no es su desprecio por la mayoría (que la derecha en cambio ha cultivado con esmero) ni su exotismo (en esto la derecha también lleva la delantera) sino esa tendencia al mesianismo y a los atajos que acaba estropeando los bienes menos ambiciosos, pero más reales, de los derechos civiles y políticos del individuo."
El rasgo más notorio de Chávez es su carácter mayoritario. Nadie podría reprocharle haber accedido al poder o mantenerse en él a espaldas de los venezolanos. Si bien el año 1992 pecó de golpista, se corrigió pronto: fue electo con el 56% de los votos, ganó un referéndum con casi el 92% y hasta hace poco su popularidad no bajaba del 65%. Casi todos sus actos se encuentran refrendados por votaciones, mitines y plebiscitos y cuando perdió uno de estos últimos aceptó la derrota sin chistar (o casi).
El carácter mayoritario de Chávez es indesmentible y su vocación por el voto irreprochable. Un puñado de sus adversarios no puede decir lo mismo: la derecha venezolana (la misma que casi siempre mostró un raro deleite por la corrupcion, el oropel y la bisutería) apoyó, el año 2002, un golpe bochornoso en su contra cuyo éxito duró apenas dos días.
El informe de Human Rigths Watch muestra, sin embargo, que Chávez, junto a ese casi supersticioso apego a la mayoría, muestra una tendencia, casi igualmente intensa, a pisotear lo que constituye uno de los cotos vedados de la democracia: los derechos de los individuos.
En Venezuela, que se sepa, no hay desapariciones masivas ni torturas, y los opositores no se encuentran recluidos, pero en cambio se multiplican, con imaginación efervescente, los obstáculos a la libertad de expresión, se amaga la independencia de los tribunales, se cultiva la discriminación por motivos políticos y la libertad sindical brilla por su ausencia.
Los escritores de Human Rigths Watch (luego de visitas in situ, entrevistas, revisión de la prensa y múltiples mecanismos de cotejo en los que se han hecho expertos) relatan que Chávez imaginó el delito de desacato (que castiga, como ocurría en Chile hasta hace poco, la crítica a las autoridades); se las arregló para contar con jueces obsecuentes (el Congreso puede destituirlos por mayoría simple y cada vez que alguno osa contrariar sus preferencias); utiliza los empleos estatales como botín (y su pérdida como castigo); y mediante diversos ardides logró que los sindicatos casi se confundieran con el gobierno (y éste, por supuesto, con el Estado).
Es decir, en Venezuela gobierna la mayoría; pero cada día que pasa se arruinan el conjunto de procedimientos, mecanismos y alternativas para que la minoría excluida del gobierno pueda abrigar la esperanza de hacer eso a que tiene derecho en todas las democracias del mundo: ganar competitivamente la voluntad de los mismos que por ahora apoyan a Chávez.
El modelo bolivariano -así le gusta a Chávez se lo denomine- es entonces un gobierno demócrata, pero iliberal. Uno de esos tantos gobiernos que se empeñan en carecer de límites con el clásico argumento de que si gobierna el pueblo las cortapisas son redundantes e innecesarias. ¿Por qué el pueblo habría de protegerse contra su propia voluntad?
Con ese argumento, Chávez ha anegado todas la ramas del gobierno hasta no dejar ninguna lejos suyo y parece empeñado en hacer lo mismo con la sociedad civil, los sindicatos, la prensa y otras entidades no gubernamentales. En ese empeño lo ayudan, por supuesto, una derecha que fue tradicionalmente parasitaria y el petróleo que es más persuasivo y elocuente que el más sofisticado de los argumentos.
La ruina de los derechos civiles y políticos que muestra el informe de Human Rigths Watch es creciente en Venezuela; pero haríamos mal si viéramos en él un fruto exclusivo de la voluntad de Chávez. Ese deterioro es resultado de uno de los rasgos más propios de la región (del que a veces ni siquiera nosotros nos escapamos): el deseo de tomar atajos y evitar el tedio de la mejora incremental. Las élites de derecha que depredaron el estado venezolano (cuando asumió Chávez cuatro de cinco venezolanos estaban bajo la línea de la pobreza) también tienen su parte en lo que está pasando allí.
Y es que, como enseñó Marx en el Dieciocho Brumario, la política actual siempre es resultado de condiciones heredadas
Pero explicar a Chávez no equivale, por supuesto, a exculparlo. El maltrato a las instituciones liberales que -como muestra el informe de Human Rigths Watch- él lleva cotidianamente a cabo es simplemente inaceptable.
Chávez muestra, con exceso, que uno de los defectos de la izquierda latinoamericana no es su desprecio por la mayoría (que la derecha en cambio ha cultivado con esmero) ni su exotismo (en esto la derecha también lleva la delantera) sino esa tendencia al mesianismo y a los atajos que acaba estropeando los bienes menos ambiciosos, pero más reales, de los derechos civiles y políticos del individuo."
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