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"Zuñiga y Mardones", por Joaquín Edwards Bello

"22 de octubre de 1924

En Chile hemos dado en el mal gusto de llevar y traer una cuestión de apellidos, como significación de castas; y se ha dado en la tontería de simbolizar a cierta casta en los apellidos Zúñiga y Mardones.

Analizando un poquito se ve el absurdo de estas clasificaciones que tienen una marcada tendencia despectiva, oligárquica. En realidad los verdaderos apellidos nobles de Chile, con nobleza española castiza de la Conquista, son aquellos que conserva el pueblo o la clase media, especialmente en provincias. Los apellidos de la aristocracia, o apellidos vinosos, como dijo alguno, son enteramente ajenos a la guerra de conquista; es decir, no tienen esa nobleza de haber contribuido a la formación del país con su sangre. La aristocracia o plutocracia actual, que tan despectivamente juzga el apellido Zúñiga, llegó a Chile a usufructuar de lo que hicieron los Zúñiga, con su comercio de bayeta. En realidad la aristocracia actual llegó trescientos años después de los Zúñiga y gozó de la calma. Enérgica y activa esa aristocracia, en sus comienzos, tiene sin embargo el grave delito de haber desplazado sin consideración al pueblo y a la clase media, erigiéndose en casta directora, relegando a la otra casta a una servidumbre casi sin esperanzas de liberación. Los Zúñiga y Mardones tan apaleados por cierta clase son la enjundia y médula de Chile.

El pueblo chileno, aun la clase más pobre, que se ha dado en llamar rotos, tiene caracteres de aristocracia, precisamente porque asciende de dos aristocracias: la andaluza o extremeña y la india.

El pueblo chileno es generoso, jugador, altivo, algo vanidoso por eso; son hijos de esos jugadores principescos de continentes, que llamamos conquistadores, y de los indios libres, que eran señores de la tierra libre; son hijos de dos aristocracias verdaderas, ni la de heráldica ni la del saco de Pluto, sino la del esfuerzo, el valor. La aristocracia de los indios era primitiva y fiera, pero reposaba en el señorío absoluto de estas peñas, bosques, valles y desierto del mar de los Andes. El chileno, fuera del calvario pasajero de las encomiendas, no tiene pasado de servidumbre, como ocurre en los pueblos de Europa, exceptuando el vasco. No fue siervo de su origen; por eso tiene características de gran señor, en el trato, en la manera de encarar la vida y gastarse sus jornales.Chile no tuvo afortunadamente esa inmensa noche histórica que se llamó feudalismo y Edad Media, aunque haya muchos interesados en implantarla a la luz de este siglo.

Dice Palacios en el libro Raza chilena que los capitanes españoles no deseaban batirse mano a mano con los indios que los desafiaban a combate singular, porque los consideraban casi siempre como señores, y no como villanos, usando los términos del honor antiguo.

La señora Zúñiga de Ferro, en carta que dirigió ayer a mi primo Ismael Edwards Matte, tiene mucha razón. ¡Que dejen en paz de una vez ese apellido Zúñiga! Pero yo he de decirle una cosa: creo con firmeza que mi primo no lo ha hecho con ese espíritu de vanidad ignorante, porque él está muy lejos de ser un ignorante o un vanidoso. Mi primo tiene un concepto estricto de justicia y siente una fuerza avasalladora de combate contra el abuso, el fraude y el soborno. Esa fuerza de justicia es tan grande en él, que muchas veces descarría y rebalsa el objetivo. Pero su fondo es una gran modestia y un corazón que no conoce otra pasión que ésa. Imposible que resida en su corazón de caballero de la quimera el sentimiento de vanidad que a poca reflexión implicaría la cita del apellido Zúñiga. Esto del apellido Zúñiga y el de Mardones se ha hecho una mala costumbre entre cierta gente, y así no es raro que en la noche, cuando nuestro Presidente último abandonaba La Moneda, algunas personas, ebrias de elegante ignorancia, gritaban: "¡Que no vuelva más! ¡Abajo los Mardones y los Zúñiga!", cuando en realidad con ese grito hacían el mayor elogio al Presidente depuesto, que procuró pactar, hacer un puente entre la oligarquía y los Mardones y los Zúñiga, símbolo de la clase media y el pueblo. Ese grito inconsciente era revelador. Y el punzante problema queda siempre en pie.

Por lo demás, repetimos que en el pueblo chileno se conservaron los nobles apellidos de la Conquista, y así muchas veces en alguna planilla de trabajo popular nos sorprende encontrar: Mardones, Cepeda, Albornoz, Zúñiga, Carrillo, León, Ventura, Antequera, Manzaneda, Pereda y tantos otros que no son precisamente de la aristocracia de ahora...

Pero sí es posible encontrar un capitán que tenga esos nombres heroicos, en cambio sería imposible encontrar funcionarios o capitanes que se llamen con los nombres de la brillante plutocracia actual. En la batalla de Lepanto figuró ya el apellido Zúñiga en don Luis de Zúñiga, lugarteniente de don Juan de Austria y más tarde sucesor del duque de Alba en el gobierno de los Países Bajos, año 1573. ¡Y lo que reirá don Alonso de Ercilla y Zúñiga de estas controversias de criollos! En la estatua, el poeta-soldado madrileño aparece inspirado por una india, como un símbolo mismo de estos Zúñiga y Mardones que pugnan ahora por tener una parte muy justa bajo el sol chileno, porque de esos capitanes y soldados, mezclados con indias, salió el pueblo chileno. La señora Carmela Zúñiga de Ferro bien puede decir ¡adiós pariente! cuando mire al Ercilla y Zúñiga de bronce."

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