CARTA III
Del Profesor ... al Licenciado ...
Santiago, 15 de marzo de 19 ...
Apreciado licenciado, lamento de profundis la incipiente corrupción de su espíritu. Evidentemente, el maligno trabaja entre nuestras filas y no se puede asistir impunemente a lugares como los que usted temerariamente frecuenta. Su distinción y buen gusto están por encima de cualquier sospecha, pero le solicito respetuosamente tenga a bien evitarme la descripción de sus hobbies carnales con esas hembras lujuriosas que con los mismos labios con que juran fidelidad a sus cónyuges devoran con frenesí vergas hasta la raíz y recorren toda la frontera de los placeres mortales sólo para descubrir que la muerte aún sigue ahí. Hembras de almas rojas y negras, cuyo deseo apenas puede ser satisfecho por tres hombres, los que penetrando todos sus orificios arrancan de sus pedazos de piel más variaciones de quejidos que el mismísimo Amadeus, magníficas en sus vicios, insaciables y exigentes, emiten en medio de esa danza horizontal y húmeda, aquellos cantos que el sabio Odiseo supo desoír y de los que nosotros, puercos esclavos no logramos ignorar para caer una y otra vez, en inmundas jornadas mientras ellas, al fin, descargan sus fluidos en el rostro quejumbroso de la serpiente.
Tengo para mí que esta nueva Sodoma será pronto abrasada en llamas. Su última misiva corroboró una vieja intuición que originó mi actual línea de investigación. Llevo ya un par de años trabajando la hipótesis de la televisión como la causa eficiente de los males contemporáneos. Me encuentro en buena compañía por cuanto he hallado bastante bibliografía al respecto y no pocos pronunciamientos episcopales e incluso vaticanos al respecto.
En especial, he puesto mi atención durante los últimos meses, en cierto programa televisivo sabatino que se transmite con pecaminosa continuidad por más de 30 años. Su animador exhibe en estos días una transformación física propia de los pactos con el demonio -la ciencia teofísica ha documentado con bastante precisión estos fenómenos- y los signos del Innombrable me sorprenden por lo evidentes. He postulado al FONDART para proseguir dignamente esta investigación y confío en la probidad de los funcionarios respectivos que aprecien debidamente mis modestos esfuerzos por salvar el último bastión moral de nuestra civilización judeocristiana (He dado su nombre entre las referencias de mi curriculum).
¿Qué será de nosotros cuando salgamos de nuestros libros para enfrentar con coraje espartano los arteros golpes de la realidad? ¿Quién se llevará la palma del triunfo en esta desigual contienda?
Por otro lado, le confieso que entiendo su reproche a mi noción de Occidente como el ácido chiste de un avezado conocedor de Spengler y no me dejo engañar por el tono de chanza con que trata usted mi campaña apostólica.
Aprovecharé oportunamente el contacto con esta dama que usted tiene la gentileza de facilitarme y sepa que leo en este gesto su óbolo solidario a mi causa de redención.
Fraternalmente suyo,
El Profesor ...
"Como todos los lectores saben, El nuevo coloso es una novela histórica, un libro meticulosamente documentado situado en América entre 1876 y 1890 y basado en hechos reales. La mayoría de los personajes son seres que vivieron realmente en esa época, e incluso cuando los personajes son imaginarios, no son tanto inventos como préstamos, figuras robadas de las páginas de otras novelas. Por lo demás, todos los hechos son verdaderos -verdaderos en el sentido de que siguen el hilo de la historia- y en aquellos lugares en los que eso no queda claro, no hay ninguna manipulación de las leyes de la probabilidad. Todo parece verosímil, real, incluso banal por lo preciso de su descripción, y sin embargo Sachs sorprende al lector continuamente, mezclando tantos géneros y estilos para contar su historia que el libro empieza a parecer una máquina de juego, un fabuloso artefacto con luces parpadeantes y noventa y ocho efectos sonoros diferentes. De capítulo en capítulo, va saltando de la narració...
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