"Detallar el trabajo en estudio del protagonista de nuestra historia de hoy, más que aburrido es inútil. Detrás del vidrio vimos varias cosas que se discutieron, grabaron, y luego desecharon. Porque a estas canciones las define, también, todo aquello que no contienen.
"En el disco, ponte tú, hay una cueca que grabé llena de arreglos ("Le tengo dicho a mi negra"), y de repente la escuché y pensé: "¿Y si le sacamos todo?", recuerda una mañana de Liguria sin más distracciones que el disco Let it be que suena detrás de los vidrios de un privado. "Estoy hablando de cinco días de trabajo de veinte horas diarias. La gente en el estudio quedó lívida de terror, pero probamos: pura batería y voz. Y quedó increíble. A eso me refiero cuando te hablo de otra actitud; a ese "¿y por qué no?".
Mucho se ha comentado ya sobre la influencia que sobre este disco tendría Brian Wilson, el hombre a quien Álvaro Henríquez le estrechó la mano en un camarín de Londres hace cinco meses, cuando junto a su amigo Marcelo Cicali viajó especialmente a Inglaterra para presenciar el estreno mundial del esperado disco Smile. La lógica del genio de los Beach Boys está, es cierto, en el vibráfono y las cuerdas de "Vida o muerte", las armonías vocales de "Mátame" o la delicadeza sobrecogedora de "Nicanor"; compartidas algunas de ellas con integrantes de Café Tacuba y Los Bunkers. Pero engloba algo más profundo, dado por la claridad de quien, sin descuidar la belleza de la forma, se ha concentrado esta vez en la carga emotiva del fondo. Henríquez lo compara con un buen regalo, "pero sin papel":
"Es un disco súper bonito pero también súper crudo. Es como más raspado, más... astringente. Era eso lo que yo quería"
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