La polémica post nominación de Alejandro Navarro a candidato a senador por la VIII Región y la derrota del actual senado Viera-Gallo ha sido muy elocuente de nuevas (o muy antiguas, también es cierto) y poco visibles líneas divisorias en la política chilensis.
El artículo de Joignant pretende ver y decir algo más sobre este episodio que puede ser una expresión del Nuevo Chile y que refleja la cara oculta de las relaciones de las élites al interior de los partidos. La referencia al columnista es a Carlos Peña y su opinión "El príncipe y el medigo" en El Mercurio del domingo 7 de agosto.
La Nobleza y la Plebe
Alfredo Joignant (La Tercera)
"Hace algunos días, un conocido columnista dominical dejó claramente establecida la diferencia entre lo que es una corte y lo que es un senado a propósito de la pugna entre el senador Viera-Gallo y su contrincante Navarro por el mismo sillón. Pero los buenos modales tan propiamente cortesanos que se le atribuyen a Viera-Gallo ante esta suerte de afrenta plebeya de Navarro son muy reveladores de las relaciones sociales de dominación y del conservadurismo político que rigen buena parte de la vida del PS.
Esta polémica socialista hace las veces de una radiografía general de las pasiones políticas, en la que confluyen deseos y ambiciones, intereses y preferencias, pero también razones y definiciones sociales sobre el mérito de unos y otros para ejercer de modo apropiado el puesto de senador.
Nunca había quedado tan clara la distinción entre la nobleza y la plebe en política. O si se quiere, entre dominantes y dominados, entre aquellos que protagonizan el juego político y los que cumplen roles secundarios. Mientras algunos insisten sobre las capacidades del titular de la posición, otros destacan el fuste popular del pretendiente. ¿Qué es lo que subyace tras estos atributos contrapuestos? En primer lugar, dos definiciones sociales de la aspiración a ser senador; en segundo lugar, dos tipificaciones rivales del cargo. Lo que está en juego es lo que significa ser senador, valorando atributos de capacidad de la que otros carecen frente a una definición plebeya que moviliza el vínculo popular como fundamento.
Pero hay también en esta disputa definiciones políticas de la función senatorial. Mientras los partidarios del actual senador enfatizan su rol de articulador de acuerdos, el aspirante destaca el ejercicio mayoritario de la función senatorial. A decir verdad, nadie discute la necesidad de llegar a acuerdos, aunque todo depende de lo que se entiende por acuerdos. La articulación de acuerdos mediante la cual se determina el valor del senador Viera-Gallo se refiere a un particular momento de la historia de Chile, cuando la construcción de acuerdos se daba en un contexto de negociaciones asimétricas debido a la presión ejercida por actores castrenses y una derecha amparada por instituciones y mecanismos fácticos.
Es ese cuadro histórico de la noción de acuerdo el que ha variado y junto a él probablemente la pertinencia y el valor político del senador Viera-Gallo. Esto significa que el acuerdo no es el papel exclusivo ni del Senado ni de Viera-Gallo, a menos de naturalizar tanto la institución como el ocupante ocasional de la posición senatorial. Es otra generación de pretendientes y otra clase de aspiraciones la que se encarna en Navarro, tal vez menos cooperativa, más volcada a la materialización de mayorías en el hemiciclo, con todos los costos de eficacia y beneficios de autenticidad de los intereses representados que implica.
Cuando el valor y la necesidad del acuerdo son extremados y exagerados, se pierde de vista el fundamento competitivo de la representación política en el espacio parlamentario. Si a esto se suma la glorificación de la capacidad individual en desmedro de la adhesión popular, entonces se encuentran instaladas las coordenadas de una definición oligárquica de la representación, así como las lógicas de reproducción de una élite socialista que se resiste a lo inevitable: a la emergencia de una nueva generación de representantes, más chúcara y plebeya, menos noble y brillante. Curiosamente, todo ello en partidos de izquierda, expresiones contemporáneas del cambio social y de causas igualitarias. Esto debiese hacer meditar a los socialistas a pocos días del del consejo general.
La derrota política y social de Viera-Gallo poco tiene que ver con conflictos entre generaciones etarias. El actor que se encuentra en peligro es aquella élite que se ciñó a la definición transicional de la competencia política y que no supo, no quiso o no pudo pasar a otra forma de jugar el juego político, en torno a temas e intereses menos negociables. Es la expresión de un juego algo más auténtico, un poco menos pragmático y timorato, en donde a veces la derrota de tal o cual interés vale más que la victoria parcial alcanzada mediante negociaciones que desnaturalizan lo que se encontraba en juego."
Esta polémica socialista hace las veces de una radiografía general de las pasiones políticas, en la que confluyen deseos y ambiciones, intereses y preferencias, pero también razones y definiciones sociales sobre el mérito de unos y otros para ejercer de modo apropiado el puesto de senador.
Nunca había quedado tan clara la distinción entre la nobleza y la plebe en política. O si se quiere, entre dominantes y dominados, entre aquellos que protagonizan el juego político y los que cumplen roles secundarios. Mientras algunos insisten sobre las capacidades del titular de la posición, otros destacan el fuste popular del pretendiente. ¿Qué es lo que subyace tras estos atributos contrapuestos? En primer lugar, dos definiciones sociales de la aspiración a ser senador; en segundo lugar, dos tipificaciones rivales del cargo. Lo que está en juego es lo que significa ser senador, valorando atributos de capacidad de la que otros carecen frente a una definición plebeya que moviliza el vínculo popular como fundamento.
Pero hay también en esta disputa definiciones políticas de la función senatorial. Mientras los partidarios del actual senador enfatizan su rol de articulador de acuerdos, el aspirante destaca el ejercicio mayoritario de la función senatorial. A decir verdad, nadie discute la necesidad de llegar a acuerdos, aunque todo depende de lo que se entiende por acuerdos. La articulación de acuerdos mediante la cual se determina el valor del senador Viera-Gallo se refiere a un particular momento de la historia de Chile, cuando la construcción de acuerdos se daba en un contexto de negociaciones asimétricas debido a la presión ejercida por actores castrenses y una derecha amparada por instituciones y mecanismos fácticos.
Es ese cuadro histórico de la noción de acuerdo el que ha variado y junto a él probablemente la pertinencia y el valor político del senador Viera-Gallo. Esto significa que el acuerdo no es el papel exclusivo ni del Senado ni de Viera-Gallo, a menos de naturalizar tanto la institución como el ocupante ocasional de la posición senatorial. Es otra generación de pretendientes y otra clase de aspiraciones la que se encarna en Navarro, tal vez menos cooperativa, más volcada a la materialización de mayorías en el hemiciclo, con todos los costos de eficacia y beneficios de autenticidad de los intereses representados que implica.
Cuando el valor y la necesidad del acuerdo son extremados y exagerados, se pierde de vista el fundamento competitivo de la representación política en el espacio parlamentario. Si a esto se suma la glorificación de la capacidad individual en desmedro de la adhesión popular, entonces se encuentran instaladas las coordenadas de una definición oligárquica de la representación, así como las lógicas de reproducción de una élite socialista que se resiste a lo inevitable: a la emergencia de una nueva generación de representantes, más chúcara y plebeya, menos noble y brillante. Curiosamente, todo ello en partidos de izquierda, expresiones contemporáneas del cambio social y de causas igualitarias. Esto debiese hacer meditar a los socialistas a pocos días del del consejo general.
La derrota política y social de Viera-Gallo poco tiene que ver con conflictos entre generaciones etarias. El actor que se encuentra en peligro es aquella élite que se ciñó a la definición transicional de la competencia política y que no supo, no quiso o no pudo pasar a otra forma de jugar el juego político, en torno a temas e intereses menos negociables. Es la expresión de un juego algo más auténtico, un poco menos pragmático y timorato, en donde a veces la derrota de tal o cual interés vale más que la victoria parcial alcanzada mediante negociaciones que desnaturalizan lo que se encontraba en juego."
Comentarios
Algún mendigo, intentando decir lo mismo, parloteó un ?resabios?: mendigo, evidentemente!
Por su parte, horvath dijo. ?megacefalia?: candidato a príncipe.