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Las chicas, los intragables 17 y la vida y muerte en suburbia según el Sr. Eugenides

"Supimos de los cielos estrellados que las niñas habían contemplado años atrás, cierta vez que acamparon, y del aburrimiento de los veranos yendo de aquí para allá, del patio trasero al delantero y nuevamente al trasero, y supimos también de un olor indefinible que salía de los inodoros en las noches de lluvia y al que las niñas daban el nombre de cloaqueo. Supimos qué se siente al ver a un muchacho con el pecho desnudo, una sensación que indujo a Lux a llenar con el nombre Kevin, escrito con rotulador Magic Marker de color púrpura, su libreta de tres anillas e incluso el sostén y las bragas, y por esto comprendimos que se pusiera como una furia el día que llegó a casa y se encontró con que la señora Lisbon había puesto sus cosas en remojo con Clorox a fin de hacer desaparecer todos aquellos Kevins. Supimos de la rabia que da que el viento de invierno te levante la falda y que las rodillas acaban doliéndote a fuerza de mantenerlas apretadas en clase y de lo fastidioso y cargante que resulta tener que saltar a la comba cuando los chicos juegan a béisbol. Nunca llegamos a entender por qué a las chicas les preocupaba tanto hacerse mayores ni por qué se sentían obligadas a dedicarse cumplidos, pero a veces, cuando uno de nosotros había leído en voz alta una larga parte del diario, debíamos reprimir la necesidad de echarnos los unos en los brazos de los otros o de decirnos que estábamos guapísimos. Supimos de esa cárcel que es ser chica, de los impulsos y sueños que genera y por qué acaban sabiendo qué colores combinan y cuáles no. Supimos que las chicas eran gemelas nuestras, que todos existíamos en el espacio como animales con idéntica piel y que si ellas lo sabían todo de nosotros, nosotros en cambio no podíamos sacar nada en claro de ellas. Supimos, finalmente, que las hermanas Lisbon eran en realidad mujeres disfrazadas de niñas, que sabían del amor e incluso de la muerte y que nuestra función se reducía simplemente a emitir una especie de ruido que parecía fascinarlas.?

Las vírgenes suicidas (1994), Jeffrey Eugenides.

eugenides"El verano en que comienza la novela, mientras las moscas de la fruta, que apenas nacen, ya están muriendo, lo cubren todo, Cecilia, la pequeña de las cinco hermanas Lisbon se mata atravesada por los hierros de la verja que está bajo la ventana desde la que se lanza al vacío. Durante ese largo invierno, los árboles van cayendo, uno a uno, sacrificados para evitar que se extienda por toda la ciudad la enfermedad que los aqueja. Y el verano siguiente en el que una plaga de algas se extiende por el lago, inundando todo el barrio de un pestilente olor que impide respirar, Bonnie y Thérese, Lux y Mary Lisbon se suicidan.
Muchos años después cuando los que entonces eran muchachos adolescentes se acercan rápidamente a la mediana edad, rememoran y tratan de dar sentido a lo que en aquel verano ocurrió, aquello que no ha dejado de obsesionarles y cuyo significado se les escapó en su momento y todavía ahora no son capaces de reconstruir. Todo este tiempo han guardado, como reliquias, distintos objetos que pertenecieron a las cinco hermanas y que repasan una y otra vez tratando de dar con la solución del enigma.
Porque las hermanas Lisbon eran en vida y fueron tras su muerte un enigma que ellos se vieron impotentes para desentrañar. Eran el enigma de la feminidad cuando vivían, cuando sonreían, cuando tomaban el sol en el jardín, en cada pequeño gesto que ellos, ávidos, trataban de sorprender. Fueron un enigma después, progresivamente encerradas, recluidas en una casa a la que nadie accedía, que soñaban con recorrer, sorprendiéndolas en su intimidad. Fueron un enigma más tarde cuando lanzaban sutiles mensajes de auxilio, encendiendo y apagando las luces, pidiendo catálogos y más catálogos por correo, lanzando mensajes que ellos encontraban entre los radios de sus bicicletas. Pero se convirtieron en el supremo enigma tras su muerte, último y definitivo mensaje que todavía hoy no saben como interpretar.
Aquello que no consiguen aprehender, lo que hoy como entonces se les escapa, es el aroma de la adolescencia, esa etapa mítica que, incluso más que la infancia, es en parte real y en parte reconstruida en la edad adulta. La percepción del mundo que tenemos entonces, intensa y absoluta, no se recupera, pero el desconcierto se mantiene. Nunca comprendemos del todo al adolescente que fuimos, pero tampoco conseguimos nunca desembarazarnos de él por completo. Nuestro yo es infinito en la adolescencia, capaz del mayor entusiasmo y de la mayor desesperación. Hacerse adulto consiste básicamente en adaptarse a uno mismo, igual que nos adaptamos a un traje estrecho.
Por todo ello el final de las hermanas Lisbon es contemplado, por aquellos que lo vivieron de cerca, como algo terrible, sí, pero no trágico. Quizás porque ellas perdieron el futuro probable, pero conservaron todos los posibles y ellos viven hoy en un futuro que ni siquiera imaginaron y en el que el sitio reservado a la esperanza se ha ido haciendo más y más pequeño.
Cuando el doctor pregunta a Cecilia, tras su primer intento de suicidio, "¿Qué haces aquí niña, si aún no sabes lo mala que es la vida?" Cecilia le contesta: "Está muy claro, doctor, que usted nunca ha sido una niña de trece años". Cualquiera que conserve en su interior una parte del adolescente confuso que un día fue, comprenderá a Cecilia y, sin duda, disfrutará con este libro. "

Reseña de María Castro citada desde el Archivo de Nessus


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