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pastas y detergentes


- Vas a engordar.
- ¿Qué? ?
- Que no lleves esas pastas porque vas a engordar. - ella toma las pastas y las saca del carro. Su tono de voz es el de esa profesora de castellano que todas las chilenas casadas parecen llevar dentro.
- ¿Y qué te importa? - dice él recuperando las pastas y lanzándolas al carro. Por supuesto su tono de voz es el de alumno del fondo de la clase.
- Claro que me importa. - retruca ella devolviendo fetuccinis, ravioli y demás al estante.
- Alejandra, en serio ¿desde cuándo te importa ? - y junto con regresar las discutidas pastas a ese carro vacío que hay que llenar cueste lo que cueste, la mira a la cara. En realidad mira la oferta de mayonesa que está detrás de su mujer.
- ¿Cómo que desde cuándo ?
- ¡Claro! Pónle tú, ¿Desde cuándo dejamos de tirar? - Saca el pack de Hellman's en oferta.
- Mira, Ignacio, ya te he dicho que no uses esa palabra. Es como de micrero. - Él se distrae examinando la fecha de vencimiento de unas latas de palmitos. Ella toma la conducción del carro. Avanza por el pasillo de lácteos. Le molesta este aire acondicionado que le congela el sudor. Piensa que al menos venir a las siete de la tarde un sábado tiene la ventaja de no encontrarse con un supermercado lleno de niños comiéndose yogurts sin pagar, chorreándolos por todos los pasillos, mientras el padre le coquetea a la promotora del vino blanco y la madre olfatea tomates en oferta.
- ¿Y qué quieres que diga ? ¿Hacer el amor ? Tanto escuchar a Pablo Herrera y Arjona definitivamente te afectaron las neuronas- escoge papas fritas y almendras saladas.
- Por lo menos es música y no la mierda de ruido que tú escuchas.
- Baja la voz.
- la mierda de ruido que llamas rock'n roll - Ella en realidad no baja la voz sino que sólo deletrea las frases más lentamente.
- Rock. Sólo rock. Rock'n roll es frase de abuelito, como de programa del Cote Evans o del Rafa Araneda - selecciona unos quesos y trata de descifrar la fecha de elaboración- Odio esta letra chica.
- Mira. No es que yo no quiera tener sexo contigo, ya te lo he dicho. Lo que pasa es que las mujeres no lo necesitan tanto como los hombres. ¿No lo sabías ?
- ¿Eso lo sacaste de tus reuniones de comunidad o de las clases de las monjas? - Mete al carro botellas y botellas de coca-cola clásica.
- Las monjas no tienen nada que ver. - Ella saca sus coca light.
- Mira Ale, yo creo que al pan, pan y al poto, poto. Y tú ni siquiera eres capaz de decir poto.
- No se trata de decir las cosas si el otro debería entenderlas.
- A ver, dí poto. - mientras aprovecha de sacar un pack de latas de cerveza.
- No.
- Dí poto. O culo, o culito como dicen los españoles en las películas.
- Córtala Ignacio. - Y aunque se molesta no logra dominar la risa.
- Poto, poto, potopotopotopotopotopoto - Y lo repite mientras, cervezas en la diestra, baila una verdadera danza del poto, alrededor de su esposa y ante la mirada de una señora cuarentona - otra profesora de castellano- que con su hijo en el carro, al pasar junto a ellos, dice mirando al otro lado : - par de degenerados no más.-
- Ya, córtala - Y la sonrisa desaparece, las cervezas suben al carro. Ignacio vuelve a la carga.
- Con razón las monjas te eligieron "pequeña maría" y te hicieron una procesión como si fuerai a ser virgen toda la vida. Con razón tienes esa comunidad de minas a las faldas de curas o psicólogos. ¡Las adoratrices del sagrado miembro ! !
- No te pongas satánico. Tus curitas no lo hacían nada mal tampoco. Y tú eras de los que iba a jornadas y retiros. - recoge jugos de naranja y piña.
- Mira, Ale, desde que te empezaste a juntar con la gringa Jones y que empezaste con esos libros feministas, mucha María Luisa Bombal, Verónica Woolf, Andrea Matucana, y todo medio lésbico, que andas medio extrañofila - le responde mientras, botellas en mano, piensa : ¿gin o pisco ?
- Es Maturana, no Matucana y es Virginia Woolf y no sé qué tienen de lésbico, pajero. Me carga el pisco.
- La misma huevá, ¿qué crei que es esto ?, ¿el show de los libros? - echa un par de botellas de pisco al carro.
- Por la cresta, tú siempre terminas en lo mismo. Desde la segunda vez que salimos. Sexo. Tirar. La cama. Diez meses de pololeo y un único tema. Ignacio, creo que una vez ya te lo dije : el sexo siempre es el sexo.
- ¿De dónde sacaste eso? No sé, para mí, el sexo nunca es sólo el sexo. - Ella se aprovisiona de su agua mineral sin gas. - ¿Por qué llevas mineral sin gas ?, ¿no es lo mismo que el agua de la llave ?
- ¿Qué sabes tú de mujeres? El gas me hace mal.
- No sé nada de mujeres. Nada. Siempre he dicho que nada. Por eso estoy cómo estoy. Pero no tengo un discurso de guardián de la castidad de Occidente. - elige seis bandejas con pollo trozado. Mira las presas como si fueran partes suyas.
- Pues harto bien que te haría probar la castidad. - dice mientras sujeta fuertemente un par de gruesas longanizas de Chillán.
- O sea. Llevo 2 años casado contigo. Mi grandes diferencias, mis únicas diferencias con un monje de claustro son que yo tengo que venir los sábados al supermercado y que no uso esos hábitos gruesos y oscuros que encuentro medio porno. Siempre me imagino que no andan con nada debajo. ¿Leíste el Decamerón? -olisquea unos quesos.
- Te digo que no te pongas irreverente.
- Entonces evítame las frases de filosofía de revista Caras.
- No todo es sexo, Ignacio, por la cresta. No todo es sexo.
- Es sólo que no entiendo por qué dejamos de, dejamos, dejamos de estar juntos en la cama. -Él detiene el carro. Hace amago de enfrentarla pero sólo consigue ponerse de medio lado.- Antes lo pasábamos bien. Teníamos fantasías. ¿Te acordai de ese ascensor del edificio frente al Santa Lucía ?
- ¿De verdad que nunca te diste cuenta ? -Ella, sin brusquedad pero con firmeza suelta el carro y sigue avanzando hacia útiles de aseo y limpieza.
- ¿Darme cuenta de qué? -se acerca una promotora de minifalda corta, escote largo, maquillaje recargado, sonrisa impostada y le ofrece un paño con químicos para limpiar y dejar como nuevos sus genitales.- ¿Limpiar qué ?
- Su urinario y demás piezas de su sala de baño. -le responde la señorita. Su mujer ni siquiera se entera de la promotora. Cotizaba en el lector de precios unos lavalozas. No se decide por cuál llevar.
- Si no te diste cuenta, no saco nada con decirte.
- ¿Qué es esto ? ¿Qué juego es éste? ¿Se trata de tener hijos ? Porque si es eso, ya lo hemos hablado y tú misma has dicho que ...
- No se trata de eso. ¿No es obvio ?
- Mira, tú sabes que yo creo que el sexo es como el barómetro de una relación. Y aquí ni llueve ni gotea.- saca rollos y rollos de confort.
- Hasta que dijiste algo sensato. -Ella coge unas esponjas y las aprieta probándolas.
- ¿Qué dije ?
- ¿Cómo que qué ?
- ¿Qué de qué ? ¿Qué dije ?
- Lo del barómetro.
La mira y recuerda que les faltan ampolletas.
- Espera, voy por las ampolletas.
Ella mira el carro. Mira el pasillo. Mira hacia el techo buscando esas cámaras de vigilancia que ha leído que están por todas partes. ¿Alguien estará filmando esta escenita de teleserie venezolana ? Si voy a vivir una teleserie, que sea brasileña. Aunque el ideal sería un amante como el de la Bombal. En fin, Alejandra mira el carro y piensa que esta teleserie no la vería nadie. Coge el lavalozas en oferta y lo sostiene como bastón de mando en su mano derecha.
- Ya, estamos listos. -Ignacio regresa lentamente, mira el carro, saca mentalmente cuentas de cuánto va a salir, del saldo de la cuenta corriente.
Ella respira fuerte. Mira el lavalozas.
- Nunca he sentido un orgasmo contigo. - Y aunque lo dice casi en susurros, él siente que el anuncio lo han hecho por los parlantes del supermercado. "Atención clientes. En el pasillo de detergentes la señora Alejandra García de Monsalve comunica a los presentes su insatisfacción sexual a su esposo, el consumidor cuentas al día, señor Ignacio Monsalve Ruiz." La recuerda desnuda, la recuerda excitada, la recuerda jadeando y gritando esas frases que lo avergonzaban y enorgullecían al mismo tiempo. Recuerda cuando llevaba la cuenta de sus orgasmos con ella. Se imaginaba a Don Francisco en una privada Teletón dando el último cómputo. Recuerda cómo se perdía y luego moría en sus brazos o abrazado a su espalda. Se sentía un dios, un monje místico, un náufrago al llegar a la playa, el puzle de un hombre hecho pedazos y rearmado.
Cuando los fragmentos de su voz logran por fin juntarse, él la mira como por primera vez. Esa mujer que esta frente a él, junto a un carro de supermercado lleno de productos de aseo, botellas, pastas y tarros, apenas se parece a su esposa. Se siente una lata más en un estante más en un pasillo de tantos, una leche pasada de la fecha de vencimiento. Quizá querría gritarle o pedir explicaciones. Sólo dice:
- No voy a llevar esas pastas, me hacen engordar.




Estrada, 4 de abril, 2000.

Comentarios

Marisol dijo…
Buenísimo. Queremos la novela completa.

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